Nos fuimos sometiendo poco a poco, ya no hubo lugar donde esconderse de la niebla. Se terminaron las formalidades y los sueños irreales de juegos y destinos casuales. Los relojes comenzaron a significar alguna cosa y los deseos y los libros y las pesas.
Es aterrador, casi sórdido pensar cómo nuestros cuerpos fueron germinando, pero no había flores que llenaran de color este invierno cenagoso y helado. Empezó la lucha contra la báscula, contra el traje, contra la forma de crecer; resultó ser inadecuada.
Empezaron los besos tímidos y desastrosos y las manos tímidas e inexpertas al acariciar. Los secretos, las heridas, los golpes. Empezamos, tal vez, a ser el proyecto de aquello que un día seremos.
La sangre, la vida, la quemadura, la gracia.
Todo a la vez, condensado, como una supernova justo antes de estallar.