jueves, 4 de febrero de 2021

Sobre sentirse ola

Era terrible esa manera tuya de perderte en el océano. Tenía algo desolador, algo casi venenoso y helado. Como un cenicero lleno de colillas o el último trago de demasiado vodka con arándanos. Ese regusto amargo, culpable. Yo lo pensaba cuando corría con los lobos y lo pensaba cuando la sangre caía por mis rodillas o lo pensaba cuando bailaba ebrio pensando en cuentos y pensando en poetas de tierras lejanas y gritando cosas absurdas sobre canciones de despedida y algún 08 de octubre que peleaba por borrar de mi memoria. Hablaba de un calor que yo me robaba de ti -casi de prestado, como un gato vagabundo- y pensaba si no te estaría matando poco a poco mi delirio constante y mi ensoñación de sentirme pájaro, de sentirme ola. Yo veía tu mar por dentro de los ojos, por dentro del páncreas, por dentro del pulmón y daba igual la pradera soleada que llevaras en el iris porque sabía de esa marea cansada. Y yo, como una luna caprichosa, dale, dale, dale todo el tiempo al ir y venir de tus tormentas. ¿Te ahogabas en mi como te ahogaste en los otros muchachos o acaso me conferías la terrible responsabilidad -un castigo inmerecido- de ser tu aire? Estabas ahí, de pie, sonreías con más cervezas de las que deberías tiñéndote los huesos y yo me ofrecía a calentarte los 15 segundos anteriores al amanecer, cuando todo se extingue y, solos, nos quedábamos en la calle pensando, sin decirlo, en robar un coche y huir del hacernos mayores que nos atenazaba. Yo me ofrecía a no preguntar por el frío, a no preguntar por lo que te ahogaba. Pero solo porque me daba miedo tu respuesta. Ahora la ola esta calmada.

Se anulan

Ella iba sola, ya iba honda, de lo sola, mar era. Mal o soledad no había; y así, rara rosa, con él obra. Nueva ave, un árbol en ocaso, rara ...