Y bueno cuentame, tú por
qué escribes.
Y la
pregunta se queda en el aire, tan simple e inocente como nació; y te quedas sin poder dar una respuesta.
Susurras algo por lo bajo mientras intentas que las neuronas realicen conexiones
torpes y lentas, y le das otra vuelta.
Que por
qué escribes, dice.
Y
entonces empiezas a intentar atar cabos que no están ni cerca, intentando
mantener por un lado una conversación que sigue en esa línea, sigues
mascullando explicaciones torpes y no especialmente verídicas; y tu mente se va
en la dirección opuesta.
Comienza por el niño de siete años que se sintió victorioso con algo que había escrito. Por
el viento y la luna de aquella historia.
Por el
(todavía) niño de catorce, que sentía que tenía el mundo a sus pies y que ya
era lo bastante adulto; que no comprendía por qué todo el mundo lloraba con
aquella historia que él consideraba insuficiente.
Por el
adolescente que cargaba algo con lo que escribir a todas partes. Por el mismo
adolescente que empezó a dudar y a caer.
Por el
intento de hombre que lo intentó cada día mientras le quedaron fuerzas.
Y de
repente, la historia llega al presente; oscilándose. Y las piezas del puzzle
empiezan a encajar. Las dudas, la inseguridad, el miedo. El "no voy a ser
lo bastante bueno", las palabras que se borraron para no volver a
aparecer. Las hojas en blanco durante horas, las lágrimas. La ansiedad.
Los personajes, las historias. Los tiempos, los lugares. Las entradas del blog.
Las horas que pasaste escribiendo el último verano mientras veías caer el sol
ante tu ventana. Las libretas, las letras entintadas. Las palabras que te
transportan a otro sitio. Las letras que nunca acabaste, pero que tampoco
borraste. Los personajes que siguen vivos, de los que recuerdas talla y altura,
color de ojos y comida favorita. El día que escribiste hasta que la ansiedad
desapareció. La paz. La calma. La sensación de que sobre un papel todo parece
menos grave.
Y también sientes
que nace algo más de donde creías que ya no quedaba nada. Al fin y al cabo,
algunos de los lugares más hermosos del mundo son eso; ruinas.
Sientes
que surgen como espíritus que alimentan algo que siempre agoniza, pero que jamás desaparecen.
Hace
mucho que te has bajado de ese viaje, hace mucho que has llegado a casa, que te
has puesto el pijama, que has vaciado la bolsa y pensado en todo lo que tienes
que hacer al día siguiente. Has hablado con mamá, has preparado la cena, has
puesto la calefacción porque el invierno ha llegado y con él; el frío. Ya no
puedes darle la respuesta a la persona que te la pidió, al menos no por hoy.
Pero por una vez, por primera vez en mucho tiempo; puedes dártela a ti mismo.
Que por
qué escribes, dice.
Porque
eres feliz haciéndolo.
Porque
estás más vivo cuando lo haces.